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Tata

Diario de una burguesa

Hace unos días tuve que ir a una comisaría de la Policía Nacional a pedir mi DNI. Por fuerzas mayores, mi tarjeta de identificación voló, junto con mi bolso, una fatídica noche de Mayo.
Al llegar me sorprendió la larguísima cola de gente. Pensé que serian los últimos imigrantes que esperan a regularizar sus papeles, pero cual fue mi sorpresa que esa era la cola para todo tipo de gestión burocrática.
Pregunté a un amable policía y me indicó que debía hacer la cola "como todos los demás". Yo no tenía tiempo ni ganas, así que volví a la gran ciudad cogiendo la línia del metro 5 (azul). De camino a la parada, bloques y bloques de pisos diminutos con ropas, sábanas y demás prendas se balanceaban en lo alto de los balcones. Sábanas blancas, supuestamente recién lavadas, con manchas, ropas compradas en el mercado de enfrente... una vista donde el color predominante era el triste negro y el liberador blanco.

En el metro mujeres con carritos de compra heredados de sus difuntas bisabuelas, niños con pistolas jugando con los anillos de oro de sus madres, una solitaria joven fumando... y un hombre con un polo rosa, que anteriormente fué rojo, soltando un monólogo sobre sus hijos, su madre, su "supuesta" mujer y algo sobre unos kleenex.
Las palabras salían de su boca con monotonía y premeditación. ¿Escribió su discurso en casa? ¿sabe escribir o leer? ¿o un día se dió cuenta que daba efecto pronunciarlo con tal pesadez?

Bajo en una estación y hago transbordo en la línia 3 (verde esperanza). Aquí los sillones son amplios, la temperatura es perfecta, y los zapatos y bolsos aconjuntados me transmite tranquilidad y me devuelven al único mundo que creia de su existéncia.

(PD: Adabtación de la realidad con toques realistas)

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