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Paradojas de la ley anti-tabaco

Paradojas de la ley anti-tabaco 8:30 pm. Calle Tallers de Barcelona.

 

Tuerzo a la izquierda y paso por delante de un estanco. Se acerca la hora de cerrar y las persianas están medio bajadas. Sale el dueño y, con algo de dolor por el artrosis, se estira para bajar la protección de su pequeño establecimiento. Me fijo en la puerta acristalada y veo un cartel: “PROHIBIDO FUMAR. ESPACIO LIBRE DE HUMO”. Miro hacia mi camino y no puedo reprimir fruncir el entrecejo. Vuelvo la vista al estanco y un enorme y obvio cartel con un cigarrillo humeante tachado en rojo preside la entrada de la casa del tabaco y sus accesorios. Sigo subiendo la calle y me sorprendo: un estanco en el que está permitido fumar. Con la nueva ley anti-tabaco ya no sé si está prohibido fumar en las tiendas; o puede que eso sólo dependa de su amo; o, incluso, puede que sí esté permitido fumar en los estancos, en todo caso, pero ese dueño ha preferido unirse a su comunidad y ha acabado colgando el fresco y clarificador anuncio.

Un estanco en el que no se puede fumar, ¿no parece algo contradictorio, o digno de la paradoja más incomprensible? Pues no. Pueden ser las tres cosas, pero el hecho de que sea un estanco no comporta a que se pueda fumar en su interior. ¿Será el dueño “antitabaquista?” Ahora que lo recuerdo, hace un año entré en ese sitio a comprar papel de liar. Detrás de mí esperaba un chico, de unos 25 años. En el momento en que guardaba el cambio de mi compra, el hombre atiende al joven:

-          Què tal?

-          Molt bé, com va tot per aquí? – responde el chico

-          Doncs bé. Fa molt de temps que no veig a la teva mare, com li va? – dice el anciano dueño mientras apoya sus codos sobre el mostrador.

-          Porta unes setmanes a l’hospital. L’han operat d’un problema als bronquis – y lo dice llevándose la mano al pecho, en un intento de indicarle al amo del estanco dónde se sitúan los bronquios.

-          I ara!, què dius? – el dueño se sorprende ampliamente, abre los ojos y avanza un poco la cabeza.

-          El tabac Paco... esperem que per fí ho deixi – el chico baja la cabeza y busca unas monedas en su mano.

-          Si noi, això és dolent – dice Paco girándose, aún con los ojos abiertos de par en par, para coger de unos diminutos estantes un paquete de alguna marca.

-          Possa’m un altre – el chico vuelve a buscar dinero pero esta vez en el bolsillo del pantalón.

No han mediado ninguna palabra sobre la marca del tabaco, nada sobre qué es lo que desea el joven. Nada. Y, aún así, Paco le pone sobre el mostrador lo que quería.

 Me acuerdo que me quedé un par de segundos escuchando esa conversación. Después, cuando salí a la calle, no pude dejar de pensar en ella: la madre del chico está enferma por el tabaco, hablan de lo nocivo que es y el chico le pide dos paquetes de cigarrillos sin tener que indicarle al amo qué marca desea. Parece que el joven va a menudo y el dueño ya sabe lo quiere. O puede que siempre haya sido el que iba a comprar tabaco a su madre y, en un acto de automatismo, podría decir instinto, Paco le haya puesto sobre la mesa aquella marca que siempre fuma su madre. No puede ser esto. Sería demasiado trágico. Y ahora, un año después, Paco, el del estanco, prohíbe fumar en su local. ¿Tendrá algo que ver? Lo cierto, y todo hay que decirlo, es que es algo atípico que se prohíba fumar en un estanco. ¿Se prohíbe vestirse en una tienda de ropa? ¿No está permitido comer o catar comida en un supermercado? ¿Está prohibido probarse un zapato en una zapatería? ¿No se permite encender una bombilla en una ferretería? ¿Acaso es ilícito probar una pluma en una papelería?

¡Qué complejamente cósmica que es esta nueva ley!

 

 

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