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Busco en Roma a Roma, y en Roma misma a Roma no la hallo...

Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!
Y en Roma misma a Roma no la hallas…

FRANCISCO DE QUEVEDO

Divago en una lúcida noche de verano, por unos senderos desiertos, duros y fríos. Camino despacio, con la mirada perdida en el vacío. Mis pies, ya cansados, recorren todos los rincones de esta ciudad culta. Los edificios de piedra, se alzan entre estrechos callejones frecuentados por los dioses egipcios, una plaga si se le puede decir. Camino sin cesar, miro bajo todas las basuras y cartones, busco la verdad. Corro por las pequeñas oscuras calles. Grito su nombre y me desespero.

Me confundo entre tantos felinos, me desespero en algunos momento, pero no me doy por vencida. Los museos están cerrados, los visitantes ya duermen y los panaderos ya se despiertan, es tarde, y la noche se me cae encima, me rodea y me ahoga. Las lágrimas brotan solas, lágrimas frías y amargas. El miedo me hace tiritar y dudar. Sigo llorando en busca de mí. Una parte de mi corazón que se escapa cada noche, pero en esta no aparece.

No puedo más, veo el fin, pero me consuelo pensando que a ella, siete vidas le quedan. Sus siete vidas vive en estas calles frías, pero para ella es su casa. Se siente bien y es feliz. Pero ¿qué hago yo ahora? ¿Qué será de mi vida? ¿y de mis momentos estirada en la cama con ella en mis pies? ¿Qué será de esos ronroneos? ¿Y de sus miradas? ¿Y de su suave piel? ¡¿Dónde está mi vida!?, ¿Dónde está Roma?. Mi vida, mi momento, mi juventud… ¡¡Vuelve Roma!!.

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